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Quedó en claro y lo podemos gritar: la corrupción mata.

"JU5T1CIA" es el lema que identifica a los familiares de las
víctimas en su búsqueda de respuestas ante la tragedia.
FOTO: www.larazon.com.ar
Por Lautaro Peñaflor

8:33 de la mañana del 22 de febrero de 2012. Horario pico para el transporte público ferroviario porteño. Cientos de pasajeros a bordo. Una formación del Tren Sarmiento colisionó con los paragolpes de contención del mismo. ¿El saldo? 52 víctimas fatales, contabilizando- pertinentemente- a un bebé cuya gestación no pudo continuar. 

Transcurrieron ya 4 años de aquella trágica mañana, y por la memoria de cada persona muerta o herida, corresponde una reflexión acerca de las causas de ese accidente. ¿Accidente? ¿Ese choque fue realmente un imprevisto, aun teniendo en cuenta la observable desinversión en el sistema de trenes públicos? 

Hablar de “accidente” es faltarle el respeto a más de medio centenar de personas que hoy ya no están, a todas las personas que sufrieron sus pérdidas y también a un pueblo entero. Fue esa formación de ese tren, pero podría haber sido cualquier otra. Porque la subejecución del presupuesto destinado a obras públicas, y el estado de cuasi abandono del Tren Sarmiento en ese momento, fueron factores determinantes para que le hecho se diera tal y como se dio. Y así lo entendió la justicia en su fallo de diciembre del año pasado, referido a esta causa. 

Hubo 21 condenados, entre los que estuvieron Juan Pablo Schiavi (Secretario de Transporte de 2009 a 2012), Ricardo Raúl Jaime (mismo cargo, entre 2003 y 2009) y Claudio Cirigliano (ex responsable de Trenes de Buenos Aires). 

Las penas no superaron los 9 años de prisión. No se investigó a Julio de Vido (en ese entonces Ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios, del cual dependía la Secretaría de Transportes) en la causa cuya sentencia se conoció hace pocas semanas. Recién con el mencionado fallo, se ordena investigar al ex ministro, cuando el festín de licitaciones, presupuestos mal ejecutados y obras jamás realizadas, correspondían claramente a su órbita. 

A pesar de que hubo un proceso penal que implicó condenas, vale la pena mencionar que no habrá justicia de pleno hasta que repensemos algunas cuestiones: 

No habrá justicia sin que se investigue a Julio de Vido. No habrá justicia si las condenas son efímeras, si no alcanzan en tiempo razonable el status de sentencia firme. No habrá justicia si no replanteamos los delitos penales vinculados a la corrupción: es impensable que un homicidio simple sea condenado con entre 8 y 25 años de prisión, y que la muerte de 52 personas sólo haya sido castigada con 9 años, de máxima. Algo en esa escala de valores está desfasado. 

No habrá justicia si no insistimos en tomar real dimensión de lo público, de la relevancia que tienen las decisiones de quienes nos gobiernan, por su impacto en la vida cotidiana de todos los ciudadanos, y de lo menester que resulta un óptimo y transparente funcionamiento del sistema de obras públicas. 

Hoy debemos recordar que ocupar cargos públicos debe dejar de ser un negocio, para recuperar su esencia: ser una herramienta de transformación positiva de la vida de los habitantes de nuestro suelo, llevada adelante por funcionarios con gran vocación y espíritu político de solidaridad. 

Es un compromiso colectivo recordar hoy que la corrupción mata. Mató en esa ocasión y lo hace cada vez que el dinero público va a parar al bolsillo de funcionarios y amigos, en lugar de ir destinado a quienes realmente requieren del Estado para progresar. El dinero que falta en cada escuela, hospital o camino, sobra en las arcas de los corruptos. Quedó en claro y lo podemos gritar: la corrupción mata.

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