Desde
2005 y hasta 2013, la Capital Provincial del Turismo Termal supo verse colmada
de público local y visitante que disfrutaba de espectáculos musicales de primer
nivel, en lo que eran verdaderas fiestas populares y familiares. Semblanza de
una etapa que vale la pena recordar.
Parecía mentira. Tanto para los carhuenses
como para quienes no vivían allí pero conocían Carhué, resultaba utópico que
artistas de la talla de Valeria Lynch, el Chaqueño Palavecino o la inmensa
Mercedes Sosa se presentasen en un escenario local, a un módico precio de
entrada realmente accesible para todos, y todos los fines de semana a lo largo
de un mismo mes.
Tan inverosímil que, como reza el dicho,
debieron “ver para creer”: hasta que
los cantantes no comenzaron a desfilar por el anfiteatro del Balneario “La
Isla” sábado tras sábado y domingo tras domingo, no se creyó que tamaño
festival se diera cita en Carhué. Pero la ilusión era cierta. “El País Canta en Carhué” fue
transformándose en un verdadero suceso, en una fiesta popular que reunía
multitudes cada fin de semana y dotaba al pueblo
de un espíritu alegre y festivo.
Soledad Pastorutti, Cacho Castaña, Axel, León Gieco, La Mona Jiménez, Patricia Sosa, Marcela Morelo… la lista sigue con nombres propios de tanto peso como los mencionados. Claro que cada verano se complementaba con el “Epecuén Rock Festival”, ciclo de las mismas características, pero con artistas de rock nacional, que tenía lugar en enero.
Cada sábado y cada domingo de febrero, durante los años que duró el festival, el panorama se repetía. Si tomáramos la imagen desde un drone- como se estila ahora- veríamos un piletón enorme repleto de personas (familias enteras en su mayoría) sentadas en sus reposeras y con conservadoras, una feria de artesanos y vendedores ambulantes, algunas cantinas que vendían hamburguesas, choripanes, papas fritas y bebidas y un imponente escenario repleto de luces y efectos visuales.
El piletón- otrora una especie de piscina semiesférica enorme que formaba parte de las instalaciones del balneario, y que se llenaba de agua salada de la laguna- devino luego en platea, y se coronaba con ese mágico escenario que vio desfilar a las primeras figuras de la canción argentina. Claro que también había espacio para artistas locales y regionales: cada jornada, dos o tres bandas o cantantes tenían la posibilidad de mostrar su arte.
La asistencia a los recitales solía duplicar, y hasta triplicar la población de la ciudad (unos 10 mil habitantes). El precio de la entrada varió con los años, pero el año que más costó, fue de diez pesos: el precio de dos alfajores en ese momento. La vida del pueblo prácticamente se paralizaba los sábados y domingos desde cerca de las 22, hasta pasada la medianoche, que volvía a su intensa actividad, esta vez, con los restoranes, bares, confiterías y boliches repletos de gente.
Era toda una revolución: algunos pasaban la tarde en el balneario, y otros iban únicamente al recital. No importaban el frío, las amenazas de lluvia ni el viento. El camino, la calle Colón principalmente, se veía repleta del público que en procesión iba hacia La Isla. Lo mismo se veía a la vuelta, y también en las rutas de acceso, sólo que con autos que avanzaban muy lentamente: toda la zona se convocaba en la ciudad. El lunes el tema obligado era el concierto con el que Carhué, casi unánimemente, se había deleitado.
Los turistas de la zona no se quedaban más que ese par de horas, y eso era malo para la proyección turística. Por otro lado, el fin de los festivales- en el año 2014- estuvo vinculado al gran costo que implicaban, y a una importante deuda que debió enfrentarse producto de los mismos. Pero esas cuestiones, políticas en su mayoría, exceden el fin de estas líneas.
Lo cierto es que las jornadas de cada edición de “El País Canta en Carhué” fueron vividas como verdaderas fiestas populares, para toda la familia. Eran espacios con un profundo espíritu de unión, que servían de vehículo para llenar a los espectadores de aquella cultura de la buena: la que puede ser disfrutada por todos, la que incluye. Se trataba de espacios que dotaban a Carhué de una vitalidad y una frescura que recordaban a los años dorados del mítico Epecuén, pueblo inundado hace poco más de tres décadas.
Los carhuenses añoran colectivamente y con mucha alegría aquellas épocas, que forman parte de su identidad. Cada habitante tiene decenas de anécdotas y recuerdos en su contexto, y no hay quien, al preguntar por la ciudad, no haga referencia a los recitales de verano. Eso fueron los festivales: una verdadera manifestación cultural que dejó profunda huella en Carhué y la zona.
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