Por Lautaro Peñaflor
(Nota original en Periodismo en Redacción)
Cuando una sociedad analiza un hecho histórico, lo importante es que lo haga de forma que los aciertos y errores del pasado, resulten de utilidad para las oportunidades futuras. De nada les sirve a los pueblos la experiencia anterior, si sobre la misma no se reflexiona activa y constantemente.
(Nota original en Periodismo en Redacción)
Cuando una sociedad analiza un hecho histórico, lo importante es que lo haga de forma que los aciertos y errores del pasado, resulten de utilidad para las oportunidades futuras. De nada les sirve a los pueblos la experiencia anterior, si sobre la misma no se reflexiona activa y constantemente.
Este 24 de Marzo se cumplen 40 años de la última y más sangrienta Dictadura que sufrió la Argentina, y para avanzar, necesitamos hacer una constante relectura que nos lleve a pensar en aquel pozo en el que caímos en 1976, el más oscuro y profundo de nuestra historia, para que algo semejante, se vuelva inalcanzable en lo venidero.
Es por ello, que el recuerdo del Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia debemos acompañarlo por otra circunstancia, tal vez, la más elocuente de toda la nutrida experiencia que hemos adquirido desde aquellos años: desde 1983 en adelante, las reglas de la democracia triunfaron y los gobiernos elegidos por medio del voto popular, no fueron abruptamente atacados por golpes militares.
33 años de primacía de la democracia, hablan de un pueblo maduro, que aprendió la lección y que- empoderado en ese sentido- sabe que a los gobiernos les puede ir bien o mal, pero son los ciudadanos los que tienen el poder.
Claro que tenemos que procurar no caer en miradas inocentes: a los gobiernos elegidos por la ciudadanía no siempre les fue fácil gobernar: desde los levantamientos militares carapintadas que sufrió Ricardo Alfonsín, hasta las sutiles maniobras golpistas- ya no explícitamente llevadas adelante por milicias- de sectores de poder concentrado hacia gobiernos más recientes, se denota que la democracia, aunque es el más preciado bien de nuestro pueblo, dista de ser perfecto.
Es allí, precisamente, donde debemos detenernos a pensar. ¿Qué deudas tiene con nosotros, los ciudadanos, la democracia? La democracia representativa se volvió cada vez más corporativa y sesgada hacia grupos de poder fáctico y económico. La participación popular en asuntos políticos se encuentra atravesada por gigantesco aparato burocrático que atenta contra la misma. La democracia cometió el error de reducir, en ocasiones, “derechos humanos” a aquellos horriblemente vulnerados durante la última dictadura militar, olvidando que en el presente también el sistema desaparece personas, carga con víctimas de violencia institucional y avasalla a muchas minorías.
La democracia todavía debe garantizarnos que cuando hablemos de “la política”, estemos hablando de intercambios de ideas y debates superadores, que permitan a las personas transformar su realidad, y no de una lucha de poder descarnada donde quienes participan son privilegiados que toman decisiones en su favor y el de su grupo.
Después de 1976, Argentina dio el importantísimo salto cualitativo de no olvidar que sus gobiernos deben ser elegidos por el pueblo, pero llegó el momento de ser más exigentes que eso con nuestro Estado y nuestros gobernantes.
Ya existimos generaciones que vivimos completamente en democracia, que no cargamos con los vicios propios de haber internalizado reglas de juego sucias (como las que implican las dictaduras). Es en ese sentido, que debemos permitirnos avanzar, sin olvidar, pero cicatrizando heridas. Las cicatrices estarán siempre allí, para recordarnos que los golpes existieron. Pero también para mostrarnos que, para ser distintos, no debemos cometer los errores del pasado.
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