La ONU. Organismo internacional surgido post guerra mundial, como suerte de garante de la paz internacional en el que- muchas veces- depositamos una confianza superior, respecto a las acciones que sus características funcionales le permiten realizar.
Sin poner en tela de juicio su importancia, lo cierto es que la Organización de las Naciones Unidas no tiene capacidad de obligar a ninguno de los Estados partes. Así lo determinan sus características. No existe en el orden mundial, ninguna instancia multilateral cuyas resoluciones sean vinculantes.
Sus resoluciones, informes, relatorías o dictámenes tienen carácter consultivo o de recomendación. Poseen peso específico propio, por ser el máximo organismo internacional existente, y porque se destinan numerosos recursos humanos, técnicos y económicos a fin de que sea una organización seria y para nada improvisada.
Por esa razón, todo lo que la ONU dice es prestigioso y muy reflexionado. Puede generar algún tipo de presión moral o política para que las cosas se hagan conforme al curso de acción que la ONU recomienda. Pero nada obliga a que así suceda.
Estas características de Naciones Unidas (para nada inocentes, dicho sea de paso), la convierten en una institución a la que los Estados o los ciudadanos en general le prestamos atención, y cuyas conclusiones pedimos que se respeten cuando tienen relación con lo que nosotros mismos pensamos. Pero cuando sus pareceres no se adecuan a lo que queremos que diga, nos excusamos en el carácter no obligatorio de sus determinaciones para restarle peso o importancia.
Este punto- que aquellos que no estudian los principios rectores de la ONU quizás no conocen- es el pozo del que no puede salir la ONU. Es una institución seria, multipolar y muy laboriosa, pero sus decisiones no trascienden más allá del peso de un consejo o una sugerencia de una determinada línea de acción.
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