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Sábado, té de tilo y abusos sexuales en la Iglesia

Foto: Sebastián Freire.
Era una mañana de sábado ya violenta porque no podía tomar café, y me conformé con un triste tecito de tilo. Y para hacerla más violenta, me encontré con una extensa nota del Suplemento Soy de Página 12, hablando de los escándalos alrededor de los abusos sexuales en la Iglesia.

Una nota tan excelente como intensa, y tan intensa como dura. Su autora es Paula Jiménez España, y es la primera vez que recuerde que me costó llegar al final de un artículo periodístico. 

Relataba con crudeza las violaciones a las que fueron sometidos más de 20 chicos sordos en el Instituto Próvolo de Mendoza y La Plata. La autora acudió para su narración, al testimonio de una chica trans- en la actuaidad- que fue víctima de sacerdotes pederastas.

Pero ese punto es sólo el disparador. A partir de ahí el artículo empieza a ponerse cada vez peor. Comienza a incorporar detalles y situaciones que vuelven a los hechos peores: cuando pensabas que ya no cabía más perversión, otro detalle supera ese límite que creías inalcanzable. Cada renglón que leía me hacía más difícil tragar el té. La garganta se me cerraba, al tiempo que una impotencia mayúscula se apoderaba de mi temperamento.

Curas abusadores que en lugar de ser denunciados sólo enfrentan un proceso administrativo interno. Castigos que se limitan a un simple traslado de un lugar a otro (donde en ocasiones continúan abusando niños). Prácticas perversas entre sacerdotes y chicos, e incluso obligando a los niños a ciertas prácticas entre ellos. Personal administrativo que se ponía atuendo de clérigo sin serlo para aprovecharse sexualmente de pequeños. Vidas arruinadas. El elocuente silencio de la Iglesia… 

De a poco empiezo a pensar que la Iglesia ocupa un lugar privilegiado en la sociedad. De la Iglesia no se habla. A la iglesia no se la mancha. A la Iglesia le permitimos llenarse de hogares de niños que no tienen dónde ir. ¡Le confiamos, justamente, a nuestros niños! La institucionalización del horror. Afortunadamente pasa cada vez menos.

Terminé de leer esa nota y enseguida la compartí en las redes sociales y charlé el tema con mi vieja y mi tía que estaban conmigo. No es mucho, pero necesitaba sacarme todo eso de adentro, exteriorizarlo. Me pesaba esa información, y creía- y aún lo considero así- que es un tema que hay que hablar en todos lados. Esas denuncias tienen que circular y, si el poder las protege, que sea de abajo hacia arriba.

Pocos días después encontré un artículo en Infobae hablando de un sacerdote, que con ese insólito modo de castigo, fue ocultado en General Roca. Y al tiempo leí una nota en La Izquierda diario sobre ese mismo tema.

Esa semana, María O´Donnell entrevistó en su programa de Radio Con Vos, a Rufino Varela, víctima de abuso sexual por parte de un cura a quien el Papa Francisco llamó para pedirle perdón. A continuación el actor y humorista Enrique Pinti contó su episodio de abuso con un sacerdote.

De a poco este tema va ganando lugar en la agenda de los medios. Un espacio limitado, que aún no genera el peso que se necesita, pero que es mejor que nada. Quizás el camino fue abierto por la película Spotlight, que trata la temática y recibió el premio Oscar a mejor película del año en que salió. El arte al servicio de cuestiones sociales políticas. Magistral.

También existen organizaciones que buscan asistir a víctimas de situaciones similares. Algunas de ellas, la Red de sobrevivientes de abusos sexuales eclesíasticos y Cruzada Francisca. Hay muchos matices entre ellas, pero todas intentan aportar y eso es lo que importa.

Los abusos sexuales en el seno de la Iglesia suenan cada vez más, y ojalá sea el principio de una marea que vaya subiendo y subiendo para ya no bajar, hasta dotarse de verdad y justicia. No se trata de lograr sólo un llamado telefónico o una frase resonante del Papa, con mucho valor simbólico, pero que no cambian en nada el estado de cosas. La protección sigue existiendo, más allá de eslóganes correctos.

Las acciones de la iglesia respecto a los terribles abusos cometidos en su contexto se parecen bastante al suave tecito de tilo con el que me conformé esa mañana de sábado que leí la intensísima nota de Página 12. Pero esta vez no me conforma.


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